4 de mayo de 2012















Lo que más nos irrita de los demás es aquello
que puede conducirnos a un mejor entendimiento
de nosotros mismos.
Carl Jung

¿Por qué hay personas que nos irritan de manera exagerada?,
¿ a qué se debe que determinadas actitudes logren "sacarnos
de nuestras casillas"?, ¿qué desproporcionado poder tienen
ciertos detalles insignificantes que nos hacen perder el control y
"ponernos de los nervios"?
Todos hemos experimentado, antes o después, cómo alguna
persona "cruzada" en nuestro camino cumplía el desagradable
oficio de "sacar lo peor de nosotros". Son momentos en los que,
desde nuestro insconciente, aflora la llamada sombra o territorio
psicológico que almacena los registros más dolorosos de nuestra
infancia. La sombra se ha nutrido de experiencias pasadas con
determinadas personas que no han tenido, precisamente, el
papel de "hadas madrinas" o de "magos salvadores", sino que
más bien hicieron de "tiranos y brujas". Con el paso del tiempo,
nuestra mente no se ha vuelto a ocupar de tales recuerdos.
Y dado que fueron sepultados en el sótano psicológico, no fueron
entendidos y resueltos. Al cabo de los años, de pronto, en la
convivencia con una persona que en principio nos resultaba fascinante
estalla un inesperado "clic" que nos irrita y hiere, abriendo la puerta
de conflictos antiguos que, en muchos casos, precisan de psicoterapia.
Sucede que el incansable proceso de maduración y transparencia que
la Vida somete al ser humano, nos vemos atraidos y a la vez atrapados
en algunas relaciones que, insólitamente, parecen sobrevivir hasta
no drenar toda la toxicidad de antiguas cicatrices nuevamente abiertas.
La finalidad de esta perturbación pretende invitarnos a transmutar la
insoportabilidad que nos produce algo que "vemos" en quienes nos
rodean, drenando nuestras viejas y anquilosadas heridas hasta hacernos
prácticamente inmunes a lo que todavía nos descentra  y consigue
"amargarnos la existencia".
La figura del jefe autoritario como proyección del padre radical,
la figura de la esposa controladora como proyección de una madre
dominante, la figura de un hijo difiícil como proyección de lo que no nos
gustó de nosotros...se trata de múltiples figuras que se repiten como
constelación familiar que orbitó en nuestros primeros años de vida,
y que seguimos proyectando en sucesivos escenarios, mientras
aprendemos a resolverlas e integrarlas.
Atención ante aquella conducta ajena que despierta nuestra aversión.
Recordemos que las críticas y menosprecios que formulamos envuelven,
proyecciiones de partes sin resolver. Aspectos que en alguna medida
no aguantamos en nosotros mismos y "vemos" insoportables en los
demás. Cuando uno se enfrenta a semejantes situaciones, significa
que la Vida nos señala un trabajo pendiente, así como la oportunidad
de ampliar el viejo yo, hacia un espacio interno en clama revisión.
Una vez lograda la desafección ante conductas anteriormente odiadas,
se podrá acceder a un nuevo nivel de conciencia.
Sucede comúnmente que en situaciones familiares que creemos
controladas bajamos la guardia, y es precisamente cuando, de
pronto despierta el dragón que vive escondido en las profundidades
de nuestro insconciente haciendo estallar el conflicto. Un conflicto
emocional que suele comenzar con un detalle que desbordó el vaso
y que, si se analiza con precisión no es más que un reflejo del miedo
y la impotencia  que nuestro niño interior registró. La irritación
es una incómoda cruz pero también supone una gran oportunidad
de "mover ficha" en el tablero del gran juego del conocimiento y la
comprensión de uno mismo. Sin duda, el objetivo de iluminación
más importante de la vida.