23 de febrero de 2012

En una brillante fábula sobre el tiempo, Michael Ende
retrató en Momo esta relación insana que mantenemos
con el compás de la vida:
Momo recorrió con una mirada la sala y preguntó:
-Para eso tienes tantos relojes, ¿no?
¿Uno para cada hombre?.
-No Momo. Esos relojes no son más que afición mía.
Solo son reproducciones imperfectas de algo que
todo hombre lleva en su pecho. Porque al igual,
que tenéis ojos para ver la luz, oídos para oir los
sonidos, tenéis un corazón para percibir, con él,
el tiempo. Y todo tiempo que no se percibe con
el corazón está tan perdido como los colores del
arcoiris para un ciego o el canto de un pájaro para
un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos
y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.

Por lo tanto, en lugar de contar los latidos de nuestro
corazón, las horas los días que tenemos que hacer
esto o aquello, haríamos bien en comprobar que late
por la causa adecuada y a nuestro ritmo.

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